En Resistencia Crsitiana desde su fundación si mepre hemos hablado de una españa federal o plurinacional partiendo de la unidad de lo que hoy llamamos peninsula Iberica.

y cuya formación llebaria esta misma bandera que hemo metido en el articulo. Ya que de todas las hemos visto es la que mas con forma el sentir de nuestro idela las aspas de Sanandres es escudo de españa con portugal y las cruz de Portugal
¿España con Portugal?
Salvo
para los nacionalistas de uno y otro lado de la frontera, las historias
de España y Portugal son tan simétricas que podría pensarse que no son
dos países sino que sus tribulaciones han ocurrido en el mismo país.
Una
de las mayores tragedias de nuestra historia se encierra en la frase
“Entre España y Portugal todavía está Aljubarrota”. En efecto, desde
1385, los resquemores entre ambos países han permanecido latentes y a
poco que se rascara a uno y otro lado de la frontera hispano-portuguesa
han reaparecido a lo largo de la historia de ambos países.
Intermitentemente
en la historia han ido apareciendo chispazos unitaristas partidarios de
un acercamiento entre España y Portugal. Inútil recordar que en los
siglos del nacionalismo estos chispazos han sido extremadamente
minoritarios y que la opinión pública de ambos países ha permanecido al
margen y de espaldas a dicha idea unificadora. Sin embargo, hoy estamos
convencidos de que es lo que se precisa para que ambos países puedan
encontrar su lugar en un mundo globalizado e incluso las estadísticas
–con todo lo que de falso y deformador de la realidad tienen- parecen
demostrar que el ideal iberista goza de una creciente reputación en
ambos países. Creemos que es hora de resucitar el IDEAL IBERISTA,
revisarlo y adaptarlo a la realidad del siglo XXI.
Lo
que saldría de la unión de ambos países es un bloque de 65 millones de
habitantes, con una prolongación lingüístico-cultural de 360.000.000 más
en el continente sudamericano, otros 45.000.000 en Centroamérica y
116.000.000 en México, lo que da un total de 520.000.000 al sur de Río
Grande y de 600.000.000 de habitantes que hablan castellano y portugués
en todo el mundo. Este bloque es hoy débil porque desde el siglo XVII ha
sufrido constantemente los embates del mundo anglosajón, pero podemos
pensar lo que supondría en este momento un bloque de poder de esa
magnitud capaz, en primer lugar de animar a los pueblos situados al sur
de Río Grande a romper con la hegemonía política, militar y cultural de
los EEUU; en segundo lugar, permitiría a la nueva Iberia ser un
experimento inédito en la historia del siglo XXI: por una parte, un
Estado de vocación europea, con cultura clásica y orígenes comunes con
un conjunto de pueblos continentales y, por otra parte, como puente con
el subcontinente situado al otro lado del Atlántico.
La
búsqueda de un futuro ibérico común reforzaría así mismo su carácter
marítimo y su vocación atlántica (que no “atlantista”). Es evidente que
una vocación de este tipo implicaría desplazar la capitalidad comercial a
Lisboa verdadera atalaya oceánica, manteniendo la capitalidad política
en Madrid, más protegida y resguardada. En el siglo XX hemos visto como
el Atlántico se convertía en un “mar anglosajón”. Se trata ahora de
preparar las bases para que en la segunda mitad del siglo XXI, el
Atlántico se convierta en un “mar ibérico”.
Desde Río Grande hasta el estrecho de Magallanes, estamos hablando de un continuum cultural
y lingüístico, dotado de población, recursos naturales y tecnología,
que forman una de las unidades naturales de la economía
post-globalizada. Es preciso prevenir lo que podríamos llamar
“desviaciones seudo-románticas” que pueden aparecer en la zona: una cosa
es el “ideal bolivariano” que presupone un destino común para todos los
pueblos de Iberoamérica, y otra muy distinta el “ideal indigenista” que
aspira a restaurar las antiguas cultural pre-colombinas. Vamos a ser
claras al respecto: esas culturas estaban prácticamente muertas cuando
se produjo la llegada de los colonizadores. No existe continuidad ni
transmisión regular entre las antiguas culturas y religiones andinas y
los actuales representantes del indigenismo. Lo que hoy se considera
“indigenismo” es un subproducto surgido de la agregación de residuos
inconexos de las viejas tradiciones, recuperadas y reinterpretadas con
mejor o peor fortuna, con sugestiones procedentes del a “new age” y del
ecologismo más supersticioso (en donde la teoría de Gea se recombina con
el culto telúrico a la Pachamama, en un sincretismo ingenuo cuando no
ridículo).
Por otra parte, no hay
que perder de vista el elemento étnico. Si en la actualidad se vive en
los países andinos una recuperación del indigenismo es porque en
Bolivia, Perú o Ecuador éste grupo étnico es el mayoritario, no por lo
que pueda aportar en sí mismo. Ya hemos aludido al origen sincrético del
actual indigenismo, pero existen también barreras étnicas. Los actuales
Estados centro y suramericanos surgieron de la formación de una
burguesía criolla, culturalmente arraigada en las mismas tradiciones que
las ibéricas, pero que aspiraban a la independencia en la medida en la
que siempre que aparece una clase burguesa con fuerza suficiente busca
inmediatamente defender sus intereses y ampliarlos contando con un
Estado propio. A los estratos originarios andinos la idea de Estado les
era prácticamente desconocida. No se trata pues, tanto de defender el
“indigenismo” andino (alejado completamente de nuestro horizonte y de
nuestra dinámica cultural) o cualquier otra forma de subcultura
(macumba, candomble, y restos de religiones africanas llevas al nuevo
mundo en los barcos esclavistas, en zonas del Caribe y de Brasil), como
de apoyar y sostener las visiones culturales originarias del mundo
clásico que fueron trasplantadas a Iberoamérica por los Conquistadores.
Llama
la atención que fuera el integralismo portugués el último que
propusiera una forma de iberismo que no estaba en absoluto alejada del
que al otro lado de la frontera estaba proponiendo Ramiro de Maeztu. El
ideal iberista siempre ha fascinado a algunos patriotas españoles y
portugueses. Supone, en primer lugar, la fusión de dos viejos reinos
históricos que, tras la pérdida de las colonias del siglo XIX que se
prolongó hasta el último cuarto del siglo XX, vieron reducidas sus
posibilidades históricas.
Tras la
Segunda Guerra Mundial, se evidencia que el mundo “se ha empequeñecido”.
Los sistemas de transporte y los avances tecnológicos especialmente en
comunicaciones hacen que los desplazamientos de un lado al otro del
planeta sean más sencillos. El mismo resultado del conflicto bélico hace
que de un mundo multipolar en el que grandes zonas del planeta quedaban
fuera del alcance de alguno de los Estados Nacionales imperialistas, se
pase a un mundo bipolar y, a partir de la caída del Muro de Berlín, en
1989, se pase a un mundo unipolar. A partir de esos hitos cada vez
resultará más difícil que los rasgos de las identidades nacionales no
resulten desfigurados y perjudicados.
Hacia
principios de los años 60 varios fenómenos contribuyen a la aceleración
de la pérdida de soberanía nacional por parte de los pequeños Estados
que deben alinearse a un lado u otro de las dos grandes superpotencias.
España lo hace del lado atlantista aun sin estar incluido dentro de la
OTAN, a donde nos han llevado los pactos firmados por Franco con
Eisenhower. Portugal, mucho más directamente fue miembro fundador de la
OTAN desde 1949. Pero no fue solamente desde el punto de vista militar,
también desde el punto de vista económico, ambos países fueron
progresivamente penetrados por sociedades multinacionales que se
hicieron con el control de amplios sectores de la economía y, a partir
de la democratización, tras la negociación de ambos países con las
“Comunidades Europeas” pasaron a formar parte de la actual UE. Cuando
eso ocurría, ambos países ya estaban incluidos dentro de la economía
mundial globalizada, situados, dentro de la división internacional del
trabajo, entre los países de la periferia europea.
A
parte de los errores propios de los gobiernos españoles y portugueses,
es indudable que la entrada de ambos países en la zona euro y la misma
pertenencia a la UE, mientras que por una parte supusieron determinados
avances a partir de la llegada masiva de fondos de integración, por otra
parte, impidieron la salida de la crisis utilizando los mecanismos que
hasta entonces habían sido propios de un Estado soberano.
En el momento de escribir estas líneas lo que se percibe es:
1)
Que el Estado Español y el Estado Portugués ya no disponen de la
“dimensión nacional” adecuada para afrontar los problemas que derivan de
una emancipación de la economía globalizada, ni siquiera para
sobrevivir dentro de un marco gobernado por las grandes acumulaciones de
capital y la existencia de centros de poder mundial. Son demasiado
“pequeños” para resistir a otros Estados e incluso a conglomerados
económico-financieros que hoy dictan sus reglas.
2)
Que la unión entre ambas naciones y la existencia de una obvia “área de
influencia común” en el continente iberoamericano, generación una
“nueva dimensión nacional” más acorde con las hechuras de la economía
mundial y, por consiguiente, generarían un Estado más fuerte en
condiciones de afrontar los desafíos de la misma.
3)
Que a la vista de que la Unión Europea ha terminado configurándose como
una estructura especialmente beneficiosa para las economías más fuertes
de la eurozona (especialmente la alemana y a distancia la francesa), es
hora de ir pensando en una alternativa que nos refuerce dentro de la
UE, pero que sea capaz de general un “Plan B” en caso de que la UE
termine disolviéndose o bien cuando la reiterada lesión a nuestros
intereses (como ha ocurrido durante esta crisis) nos obligue a dar por
cancelado el pacto de adhesión. Y en una tercera opción: cuando un
gobierno digno de tal nombre renegocie los acuerdos con la UE.
Indudablemente,
dos países, uniendo sus esfuerzos y su peso, aun siendo periféricos,
conseguirían presumiblemente liderar al pelotón de “países de tamaño
medio” de la UE, algo que Aznar ya intentó amparándose en el poder extra
europeo y antieuropeo de los EEUU. De lo que se trata hoy ya no es de
esto, sino de ligar el destino de Europa (con UE o de una Europa
reconstruida y regenerada, al destino de otras zonas geográficos
pujantes, Iberoamérica. Por que la UE tiene tres opciones:
-
O ser un socio de los EEUU, constituyendo el Reino Unido el eslabón de
enlace entre ambos lados del océano, con la agravante de que los EEUU
quieren solamente una Europa políticamente débil y militarmente aliada.
Una Europa fuerte jamás toleraría el estatus semifeudal que siguen
teniendo los EEUU en nuestro territorio. Una Europa libre jamás
toleraría la presencia masiva de tropas coloniales norteamericanas en
nuestro suelo que están aquí para protegernos de un enemigo inexistente.
Esta es la opción que hay que rechazar sin contemplaciones: los
intereses del mundo anglosajón y los intereses de Europa son distintos,
los aliados del mundo anglosajón y los que nos interesan a los europeos
no son los mismos. Europa tiene que ser una realidad político-militar
autónoma o bien se limitará a ser el escenario de enfrentamientos de los
EEUU con quienes les disputan su hegemonía, como ya ocurrió durante el
período de la guerra fría.
- O
mantener la actual formulación de la UE como una especie de alianza de
Estados europeos medianos y pequeños que aceptan la hegemonía económica
alemana, un país que antepone sus intereses nacionales a los intereses
europeos. Ha sido Alemania la que nos obligó a liquidar nuestra
industria pesada, a renunciar a altos hornos y minería, la que liquidó
sectores enteros de nuestra economía durante la reconversión industrial y
la que, proponiendo acuerdos preferenciales con Argelia, Marruecos,
Túnez e Israel está literalmente liquidando nuestra agricultura. No
queremos una “Europa Alemana” o, más bien una Europa cuyo destino sea
proteger los intereses de las industrias y de los bancos alemanes. Si
hoy hay crisis de deuda pública en algunos países europeos se debe a que
bancos alemanes y franceses prestaron a los países del sur de Europa de
manera irresponsable cantidades que no iban a engrosar los circuitos de
la economía productiva sino de la especulativa. Los bancos alemanes han
contado con el apoyo del Estado alemán, que ha obligado a los Estados
del Sur de Europa a apretarse el cinturón y endeudarse para evitar la
quiebra de las instituciones germanas, cuyos errores eran lo que les
habían conducido a esa situación. Nunca más un Estado debe de situarse
como defensor de la banca que opera en su territorio, ni nunca más otro
Estado debe estar obligado a garantizar la seguridad económica de otro
Estado cuyos bancos han prestado dinero de manera irresponsable a sus
entidades financieras. La Europa-alemana es, en realidad, la Europa de
la banca alemana y no podemos sino rechazarla con todas nuestras
fuerzas.
- O forjar un polo de
agregación de los Estados de tamaño medio de la UE (y nos estamos
refiriendo a Iberia) capaz de hablar de tú a tú al Estado Alemán. Esa
Iberia debería plantear al Reino Unido cuál es su situación: por Europa o
contra Europa, por el mundo anglosajón junto a los EEUU o por el mundo
europeo con los europeos, a la vista de que ambas actitudes son
incompatibles y sospechosas de deslealtades y traiciones. Esa Iberia
debería de estar en condiciones de poner sobre el terreno la alianza con
Iberoamérica para plantear una nueva estrategia en una UE desenganchada
del a tutela norteamericana y en la que la disolución de la OTAN marque
el primer tiempo: mano tendida y alianza con Iberoamérica y con Rusia,
contención con el mundo árabe, tutela sobre África negra,
distanciamiento del proceso de quiebra de los EEUU y, por supuesto,
propuesta de una defensa europea común capaz de garantizar la seguridad
en la marcha hacia esos objetivos político-económicos.
La
historia se forja a través de grandes proyectos. La fusión entre dos
naciones históricas supone una acumulación de experiencias y la
formación de un bloque de poder capaz de operar como revulsivo, no
solamente en Europa, sino en toda nuestra área cultural de influencia.
Para salir de las grandes crisis históricas son precisos los grandes
proyectos que vayan más allá de donde la historia se ha detenido o se ha
torcido.
La recuperación del ideal
iberista es acaso la más afortunada reflexión que nos impone la crisis
económica. Se trata de una reunificación, no de una fusión sin base
histórica. Hasta la invasión árabe no hay datos históricos que
justifiquen la separación. Bajo los reinados de Felipe II, Felipe III y
Felipe IV, entre 1580 y 1640, ambos países eran uno y alumbraban el
mayor imperio civilizador después del Imperio Romano.
A
nadie se le escapa el carácter oceánico de una fusión de este tipo que
incluiría a las Azores, a Madeira y a las Canarias, pero también a las
ciudades de Ceuta y Melilla y a un mapa autonómico español simplificado,
reordenado y nacionalizado, reducido a Galicia, la Comunidad Vasca,
Aragón, Cataluña, Levante, Andalucía y Castilla (que incluiría a las dos
actuales Castillas, a Madrid, Rioja, Cantabria, Murcia, Navarra,
Asturias y Extremadura).
La
reunificación con Portugal sería también la ocasión de transformar a la
desgastada e inerte monarquía española en un régimen presidencialista y
unicameral. La cuestión lingüística es más fácil de resolver con
Portugal (en donde está clara la lengua) que con las autonomías
españoles (en donde coexisten dos identidades diferenciadas y por tanto
de lo que se trata es de que cada una de ellas tenga el acceso a la
educación en la lengua de su elección y que los organismos autónomos del
Estado garanticen la igualdad de esas dos identidades.
La
reunificación supondría al mismo tiempo la creación del segundo espacio
geográfico más amplio de la UE (después de Francia) y el cuarto mayor
de Europa (tras Francia, Rusia y Ucrania). Dada la actual población de
ambos países, la reunificación supondría el alcanzar un peso similar al
de las mayores países de la UE (Francia, Alemania y el Reino Unido) y,
por tanto, nos corresponderían 78 escaños en el Parlamento Europeo.
En
la actualidad y según una encuesta de 2010 realizada por la Universidad
de Salamanca, el 40% de los españoles y el 46% de los portugueses se
muestran partidarios de una federación de este tipo. Sin olvidar que en
la actualidad la inmensa mayoría de españoles y de portugueses conocen
sus respectivos países y están vinculados por lazos de amistad e incluso
familiares. Inútil recordar que la crisis económica nos ha deparado el
mismo triste destino de endeudamiento público y que estamos afrontando
una situación extremadamente difícil que lo sería menos con el efecto
galvanizador dado por una reunificación que pondría en marcha fuerzas
creativas que hasta ahora han permanecido ocultas o en estado de
latencia.
Finalmente, lo que
aspiramos a transmitir es que una revisión del futuro de España pasa
necesariamente por abordar de nuevo handicaps históricos que permanecen
el suspenso desde hace siglos. Dicho de otra manera, la revisión del
futuro de España, no puede ser más que el de una convergencia con
Portugal.
(c) Ernesto Milà - ernesto.mila.rodri@gmail.com
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