miércoles, 16 de enero de 2013

Intervención en el coloquio llevado a cabo en Tesalónica (Grecia)

Sacado del blog: http://juanantoniollopart.wordpress.com/2012/07/18/intervencion-en-el-coloquio-llevado-a-cabo-en-tesalonica-grecia/#more-510
Intervención de Juan A. Llopart en el coloquio llevado a cabo en Tesalónica (Grecia)
Es un honor encontrarnos aquí, en Grecia, cuna de nuestra común civilización europea y uno de los escenarios en la actualidad del combate por la supervivencia de los pueblos frente a la globalización.
El mundo se halla hoy frente a un gran desafío: o la libertad de los pueblos, o el libre mercado. Y el libre mercado no admite otras libertades a su lado. Es una horrenda dictadura del dinero, del espíritu de lucro, del beneficio inhumano.
Nosotros, tal como reza el título de esta reunión, optamos por la Acrópolis frente a Wall Street, por la Acrópolis como la de Atenas, donde se halla el templo a Atenea, frente al templo neoyorquino donde se rinde culto a la finanza, a la especulación, al beneficio a costa de hundir países, pueblos y familias. Nosotros optamos por eso, y sin embargo, somos perseguidos.
Perseguidos porque representamos la esperanza de Europa. Nuestra común patria, donde el futuro nos llama irremediablemente. Y esa patria no puede en modo alguno, ser una copia de aquello que pretendemos combatir. No nacerá, lo sabemos bien, de oscuros despachos. Ese experimento nos ha llevado a la situación actual. Ha de nacer de una voluntad popular, social, nacionalista. Y nosotros estaremos en la vanguardia de esa voluntad.
Los bastardos intereses mercantiles que están llevando a millones de ciudadanos europeos a la desesperación y al suicidio, han de ser erradicados con la implantación de un sistema verdaderamente participativo en lo político y en lo económico. Que desde la base, cada institución europea sea la expresión exacta del pueblo europeo.
¿Y a quién molesta esto? A la élite mundial, la Nueva Clase global, formada por gobernantes, capitalistas, etc., que se creen que puede dirigir los asuntos del planeta como un equipo de técnicos controlando una gran maquinaria. El capitalismo, para ser tal, necesita carecer de dos cosas: alma y patria.
Alma, porque permite que los efectos de la crisis se ceben en los más desfavorecidos, los más pobres. Las grandes empresas y los bancos que han actuado despiadadamente han visto su actitud codiciosa recompensada con la inyección de más dinero, de más crédito. Las familias, los trabajadores, tienen que seguir pagando sus deudas, y si no pueden, han de escoger entre el comedor social o el suicidio, ya que si por nuestros gobiernos fuera, tiempo haría que muchas familias hubieran muerto de hambre. El director de su banco, seguro que no.
Patria porque todos los pueblos del globo, independientemente de su color o religión, para ellos no son más que parcelas de actuación, terrenos donde “sacar lo que puedan” y asaltar seguidamente el terreno adyacente, exprimir a sus habitantes y, si sus tradiciones o formas de vida ofrecen resistencia, exterminarlas por antidemocráticas, primitivas, etc.
El burgués, el representante de esta forma económica tan agresiva, es el polo opuesto del héroe. Ellos buscan sacar de la vida, y los héroes son los que buscan dar a la vida, a su comunidad, a su Patria…
Lo que sucede, es que el burgués ha mutado en parásito… Para vivir, ese parásito nos hace a todos participes de su labor: todos tenemos cuentas en el banco, todos debemos hipotecarnos, pedir préstamos. Todos debemos a quien nada ha producido. Todos somos víctimas de un sistema que utiliza el anonimato como escudo, una ingeniería financiera que nadie sabe dónde empieza y dónde acaba. Pero hay algo que sí es evidente: al final de la cadena, al­guien, en alguna parte, paga. Con su dinero, sus propiedades o su vida. Y ese es el mayor cri­men imaginable, que arrastra a familias y pueblos enteros.
El fruto del trabajo del mañana, ya está hipotecado. La banca seguirá alentando el deseo de bienes o prestigio entre las personas. Los gobiernos seguirán al servicio de las élites económicas.
Pero todos sabemos que las consecuencias de esta crisis serán devastadoras, y que los premios a la mala gestión, a la codicia, generarán otras crisis aún peores.
Estamos en la época de los tecnócratas, de los gestores del capitalismo, que han heredado las condiciones sociales creadas por ese sistema económico, pero que no lo crearon. ¿Y qué significa eso? Significa que heredaron la casa, pero no la fuerza para construirla. Los burgue­ses que hicieron las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII inauguraron una época nueva en la historia de la humanidad. Sus descendientes aspiran a conservar brutalmente su hegemonía. Pero su hegemonía ha entrado en descomposición. Cada vez hay una mayor movilización social ante la crisis, los sindicatos oficiales que han traicionado a los trabajadores están siendo cada vez más arrinconados. El estupor, la sorpresa siguen en el aire. Y la descomposición seguirá su camino. Y la misión de los militantes patriotas y revolucionarios era, es y será colocarse a la vanguardia de la protesta, una protesta que se articulará en un poderoso movimiento que recorrerá nuestras sociedades de arriba abajo, y que acabará convirtiéndose en la gran oportunidad.
Porque pensar que el sistema se recuperará y que aquí “no ha pasado nada” es algo propio de derrotistas. Nosotros, como Pierre Drieu La Rochelle, también decimos: “Puesto que el orden burgués y la cultura que producía se dirigen a paso rápido hacia la muerte, puesto que el maquinismo capitalista, poseído por el demonio de la cantidad pura, no sabe crear más que una humanidad de esclavos en un universo frustrado de todo valor espiritual, ¿dónde situar mis esperanzas sino en la Revolución? ¡Ella es mi esperanza, mi símbolo, mi lugar!”
La Revolución contra su orden presuntamente democrático, esa es la clave. En nombre de la democracia pueblos enteros están siendo agredidos, como el palestino, como el sirio… En nombre de la democracia se están apoyando a sangrientas dictaduras, a sangrientos regímenes basados en fanatismos religiosos, ya que la base de esos regímenes se halla en su apoyo total a la política internacional de los Estados Unidos. El nombre de la democracia ya designa en realidad a una ilusión con la que se engaña a los pueblos.
Contra esa falsa voluntad popular, alcemos la bandera de la verdadera Europa, de la lucha social y de la identidad.
Una Europa fuerte y unida, la cual, al formar parte del continente euroasiático, por las inexorables leyes de la geopolítica, ha de acabar formando una entidad política con Rusia, más tarde o más temprano. Primero porque Rusia es un gran productor y exportador de recursos energéticos de primer orden que nos harían independientes tanto del mundo árabe, como de los USA. Segundo, para volver a tener peso en el mundo, nuestra posición geográfica ha de poder llegar hasta dos océanos, como son el Atlántico y el Pacífico. Es importante llegar allí. Con solo ver un mapa, vemos con claridad que Europa y Rusia forman una sola unidad, con mares helados al norte, un océano al este y otro al oeste, montañas y desiertos al sur… Es indudable que Europa es el centro del mundo habitado, y que dominarla es la clave del dominio mundial. Por eso los USA están promocionando conflictos alrededor de esta potencia, la eurorrusa, en devenir. Europa, en estos momentos, necesita crecer, y ha de hacerlo sobre tierra continua, continentalmente, hacia Rusia. Siberia son muchas tierras y pocos habitantes, Europa lo contrario. Así pues, tenemos con qué llenar esas tierras. Además, la cultura rusa y la europea tienen antepasados culturales y espirituales comunes, que pasan por Roma y por Bizancio, y sobretodo por el anhelo de Moscú de ser la “tercera Roma”.
Lucha Social, porque representa, a fin de cuentas, la forma actual más efectiva para recuperar los antiguos vínculos destruidos por el capitalismo: la tradición, la patria, la familia. Si bien asumimos las críticas clásicas contra el capitalismo, discrepamos de las formas marxistas y materialistas, y afirmamos un socialismo orientado a recuperar el viejo sentido comunitario destruido por la sociedad industrial y financiera, masificadora e individualista. La socialización, el solidarismo, son la base imprescindible para la edificación de la Europa futura, del mismo modo que el actual sistema económico puede ser dado por muerto.
Identidad, porque la identidad nos aleja de la masa anónima y del individuo programado. La defensa de las identidades que conforman Europa es el mejor antídoto contra una globalización enemiga de todos los pueblos del planeta. Del mismo modo que somos hijos de Grecia, no por ello somos griegos. Compartimos una visión del mundo, unas raíces, pero el resto se ha expresado con la rica diversidad de la que siempre ha sido capaz nuestra Europa, la tierra de las cien banderas, las cien lenguas, las cien músicas y los cien proyectos. Hoy, nos reencontramos de nuevo, en la cuna de la civilización europea para decir, bien alto:
El Espíritu de la Acrópolis es la vida de los Pueblos.
El Espíritu de Wall Street es la muerte de los Pueblos.
¡Arriba los Pueblos de Europa!
¡Arriba Grecia! ¡Viva España!

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