Los pueblos bereberes son de los más antiguos del mundo. Ellos son
los habitantes originarios del norte de África, antiguos cristianos que
sufrieron la invasión islámica del siglo VII. El cristianismo primitivo
fue sustituido por el islam y el bereber por el árabe, hasta
prácticamente hacer desaparecer esta milenaria cultura.
Hoy sólo quedan 25 millones de bereberes desperdigados por todo el
Magreb; la mayoría en Marruecos (12 millones) y Argelia (8). También hay
presencia en Libia, Túnez, Mauritania, Egipto, Níger, Mali y Burkina
Faso. La gran dispersión geográfica dificulta mucho la creación de un
estado propio donde poder reunir a todos.
No existe una sola lengua bereber, sino muchas. También formaban
parte de este diasistema las variantes guanches que se hablaban en
Canarias antes de que la conquistara Castilla. Hay un alfabeto autóctono
exclusivo, el tifinagh, que data de al menos el siglo III A.C. aunque
hay pueblos que usan el alfabeto latino o el árabe.
Hablar de nación bereber es polémico. Quizás deberíamos decir
naciones, en plural, pues la identidad está tan atomizada en clanes y
tribus que la consciencia de pertenecer a un solo pueblo es discutible.
No obstante, existe un movimiento incipiente por coordinar a los
bereberes de distintos países en la lucha por sus derechos.
El gran artífice de este movimiento fue Mulud Mammeri,
intelectual que codificó la lengua tamazigh y que impulsó la Primavera
Amazigh: en abril de 1980 los bereberes de Cabilia salieron a las
calles a protestar por la discriminación a la que les sometía Argelia. A
partir de aquí, su lucha se propagó por todo el Magreb.
Los árabes han arrinconado a estas etnias a regiones desérticas y
montañosas en el interior de sus países, y empujado su cultura a un paso
del abismo. Pero los pueblos bereberes se niegan a desaparecer. Están
comenzando a organizarse y a reivindicar sus derechos con la fortaleza
de quien sabe que no tiene nada que perder.
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