miércoles, 13 de marzo de 2013

El Padre René Trincado, soldado de la Resistencia Católica

Conocí al Padre René Trincado cuando él era un seminarista en el Seminario Nuestra Señora Corredentora en la Reja. Fue un el domingo 26 de marzo. Lo recuerdo bien porque era la primera vez que veía una Misa cantada. Dos días antes, llegué con muchísima dificultad al Seminario de la Reja, luego del que el colectivo donde viajaba chocara y me indicaran, dos veces seguidas mal la dirección.
Pero aquel domingo yo estaba allí. No sabía muy bien que hacer, porque no conocía la Santa Misa. Estaba cerca de la puerta y sin querer en las filas del confesionario. Una chica me preguntó si iba a pasar o no, yo no le entendí y me indicó un cortinado, así que me metí. Fue la primera vez que me confesé. No sabía ni como empezar... pero el Padre Labouche se dió cuenta de mi situación, de que era la primera vez que iba. Me escuchó con calma, me ayudó haciéndome preguntas y salí, llorando pero lleno de gozo.
Al finalizar la Santa Misa me quedé en la puerta, todos se saludaban y hablaban entre sí hasta que se un diácono, Fidel (hoy sacerdote) se aproximó para darme un número del Credimus. Le conté que era mi primera Misa y allí una avalancha de seminaristas me rodearon y me integraron perfectamente, ayudándome, enseñándome, explicándome lo que había visto, sentido y vivido. Me sentí tan bien... me sentía profundamente feliz. Creo que ese día comenzaba a tomar el camino que, el 24 de marzo había iniciado cuando hablé con el Padre Berrou.

Me invitaron a almorzar. Y así fue cada domingo por un largo, largo tiempo. Allí, en el Seminario conocí a gente maravillosa, Carlos, Edwin (un gran amigo) y José Antonio, de la católica nación colombiana; al los hoy Padres Nicolás López Badra (¡Qué paciencia para enseñarme los principios de la fe!), Aníbal Götte y Francisco Javier Jiménez. Pero por supuesto que también al Padre René Trincado, quien me acompañó en momentos muy duros, con sólo escucharme, con quién compartí momentos muy agradables y edificantes en los momentos de la recreación.
La última vez que lo vi fue el día de su ordenación sacerdotal. Para entonces, como muchos fieles, me había empeza a alejar de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. El Te Deum por el Motu había sido mucho, demasiado para mi, como también lo fue para seminaristas y sacerdotes.
El Padre Trincado, en sus épocas de seminarista se destacó como un férreo defensor de Monseñor Lefebvre y de la "postura prudencial" del mismo. Desconfiado del sedevacantismo, lo consideró un error que podía llevar a grandes peligros. Jamás lo escuché hablar sobre las autoridades de la Fraternidad, pero todos sabían que era un "duro", un "soldado de la Tradición". Porque René había sido militar antes de entrar al Seminario. Y un soldado está dispuesto a dar la vida antes que entregar la bandera.
El Padre Trincado hoy, como muchos sacerdotes lucha por la Fe Católica, por la Fe que se expresa en la Santa Misa, por esa Fe que nos entrega Dios gratuitamente para elevarnos de nuestra condición miserable. Él fue expulsado de manera arbitraria por el aún Superior General Monseñor Fellay el día 13 de octubre de 2012, tras entregarle una carta en la que pedía su dimisión. He aquí el texto de la misma.

Mendoza, 12 de octubre de 2012
Su Excelencia Reverendísima
Monseñor Bernard Fellay
Presente.

Excelencia:

Por medio de la presente, expreso a S.E.R., con el debido respeto, mi profunda preocupación por el estado actual de nuestra congregación, así como por el futuro de la misma.

Desde mediados del presente año, la FSSPX se encuentra en un estado caracterizado, en lo interno, por una profunda división y una crisis grave de confianza en la autoridad, y, en lo externo, por un notorio debilitamiento de nuestras de fuerzas en la defensa de la fe y un creciente desprestigio. Se respiran, en efecto, otros aires en la congregación, muy distintos a los de siempre, pues vemos que entre nosotros se ha instalado la confusión, la discordia, el miedo, la sospecha y la delación.

Este quiebre interno alcanza a toda la congregación, desde nuestros Obispos hasta los laicos, siendo el más general y profundo que haya existido en los 42 años de vida de la FSSPX. La fractura se debe al modo en que S.E. conduce las actuales conversaciones con la Roma liberal. El secreto que ha recaído sobre dichas conversaciones, ha significado una serie de peligros obviamente previsibles, pero S.E.R. no ha dispuso los medios eficaces para contrarrestarlos. En estas circunstancias, algunos miembros de la congregación, cansados por la larga lucha o cediendo a las tendencias liberales dominantes, aprueban la idea de acuerdo con la Roma modernista, mientras otros la reprueban porque piensan que no es razonable suponer que la Iglesia va a salir de la terrible crisis por la que atraviesa desde el fatídico Vaticano II, sometiendo la Tradición al poder de los liberales. Cabe preguntarse: ¿cuál sería la utilidad de una regularización en el contexto actual? ¿Estamos en falta a los ojos de Dios, al permanecer por cuatro décadas al margen de la estructura oficial, dominada sin contrapeso alguno por los modernistas? ¿Es realista pensar que nosotros podríamos llegar a ser ese contrapeso? ¿Es razonable pretender someterse a unas autoridades liberales cuyo obstinado objetivo es llevarnos al Concilio Vaticano II? ¿Acaso tal cosa no es claramente suicida? ¿O es que el Papa actual ha dejado de ser un verdadero liberal? Ciertos nombramientos recientemente hechos por el Santo Padre, como el del Card. Müller, ¿no prueban que es irracional ponerse en manos de la Roma actual?

No es relevante que la iniciativa de ese acuerdo haya provenido del Vaticano o de nuestros superiores, pues la sola aceptación de la posibilidad de una paz -necesariamente falsa e injusta- con los que no cesan de destruir la Iglesia, constituye una manifiesta y peligrosísima ilusión. Se pretende que el protocolo de 1988 sería un precedente en pro de este acuerdo, pero sucede más bien lo contario, pues si de seguir ejemplos se trata, se debe imitar a los hombres santos en sus aciertos, no en sus yerros, y sabemos que Mons. Lefebvre pronta y expresamente retractó su errada y pasajera intención de regularizar la congregación sometiéndola al poder de la Jerarquía modernista (cfr. carta al Santo Padre de 2-6-88). Debemos atenernos a su última y definitiva voluntad, no a una voluntad temporal que fue explícita, inequívoca y definitivamente revocada.

En el marco de las negociaciones con Roma, S.E. ha recurrido frecuentemente al empleo de expresiones ambiguas. La ambigüedad ha adquirido, con eso, derechos de ciudadanía en la FSSPX. Este nuevo modo de hablar ante los modernistas y ante el mundo está causando, entre otros males, grave escándalo a muchos tradicionalistas. No hay duda en cuanto a que, en las actuales circunstancias de progresiva extinción de la fe, defender la Verdad con palabras claras y precisas ante los destructores de la religión católica y ante todos los hombres, es un gravísimo deber. La primera caridad es la verdad. El demonio se valió de la ambigüedad para esa gran victoria suya llamada Vaticano II, ¿y ahora nosotros combatiremos la ambigüedad con más ambigüedad? Su Excelencia, no obstante, ha optado por diluir con palabras equívocas varias verdades, entre ellas, precisamente, la condena categórica e inequívoca que por 42 años hemos hecho del concilio, causa principal del actual desastroso estado de apostasía general y de la consiguiente condenación de muchísimas almas. Las ambigüedades de S.E. han generado, como también era perfectamente previsible, una gran cantidad de rumores, sin que Su Excelencia dispusiera lo pertinente para disiparlos oportunamente.

Existe desde ahora en la FSSPX, y no sólo al nivel de las palabras, un “nuevo estilo” cuyas notas características son la ambigüedad, la diplomacia, el secretismo, la vacilación y la pusilanimidad. Este grave cambio está debilitando nuestro combate contra los errores que envenenan la Iglesia y contra los lobos con piel de oveja que los difunden, y a la vez, nos está desprestigiando con fundamento: ya no somos la congregación de los Sacerdotes de aquel “sí sí, no no” que manda Cristo; la de los que llaman las cosas por su nombre, pase lo que pase y venga lo que venga. El modo de conducción, S.E.R., que además de lo dicho, es autoritario para con los súbditos y excesivamente blando y condescendiente para con los enemigos, está repercutiendo desastrosamente en todos los niveles de la vida de la FSSPX. Los soldados, para bien o para mal, siguen a su General; por eso la antigua actitud de directa, varonil y resuelta beligerancia ante los enemigos de Cristo, que se admiraba en nuestros Sacerdotes, ha dado paso al cálculo diplomático, al temor, al desánimo y hasta a la cobardía. Así es como la declaración del Capítulo de julio, en momentos en que toda la Iglesia nos miraba atentamente, no estuvo exenta de cierta ambigüedad y de cierta debilidad. Las seis condiciones para una regularización, recientemente dadas a conocer, son claramente insuficientes e igualmente demostrativas de cierta debilidad ante la Roma modernista.

En este infeliz escenario, la confianza entre los miembros de la congregación está particularmente herida. ¿Cómo confiar en un Superior que desecha los consejos y advertencias de todos los otros Obispos y de nuestro Fundador? En mayo hemos podido leer un intercambio epistolar entre los cuatro Obispos, en el que S.E.R. intenta imponer su propio parecer a éstos últimos, en orden a lograr el acuerdo con Roma. Mediante carta fechada el 7 de abril, los otros tres Obispos advertían al Consejo General: “Monseñor, Padres, pongan atención, ustedes conducen a la Fraternidad a un punto sin retorno, a una profunda división sin marcha atrás y, si ustedes llegan a un tal acuerdo, a poderosas fuerzas destructivas que Ella no soportará. Si hasta el presente los obispos de la Fraternidad la han protegido, es precisamente porque Monseñor Lefebvre rechazó un acuerdo práctico. Puesto que la situación no ha cambiado substancialmente; puesto que la condición emitida por el Capítulo del 2006 no se ha realizado (cambio de rumbo por parte de Roma que permita un acuerdo práctico), escuchen de nuevo a su Fundador.” Pese a estas palabras, Su Excelencia siguió adelante en el intento por lograr el acuerdo con Roma.

Varios meses antes, Mons. de Galarreta había advertido también a Su Excelencia, de modo igualmente claro, sobre las consecuencias previsibles que tendría el hecho de proseguir con ese intento: “Avanzar hacia un acuerdo práctico sería renegar de nuestra palabra y de nuestros compromisos con nuestros sacerdotes, nuestros fieles, Roma y frente a todo el mundo. Tal procedimiento manifestaría una grave debilidad diplomática por parte de la Fraternidad, y a decir verdad, más que diplomática. Sería una falta de coherencia, de rectitud y de firmeza, lo que tendría como efectos la pérdida de credibilidad y de la autoridad moral que gozamos”. Pero S.E. no escuchó a Mons. de Galarreta.

Ningún caso hizo Su Excelencia de los avisos de sus pares, sino que siguió dirigiendo nuestra nave hacia las rocas del acuerdo. Si finalmente éste no se firmó, se debió únicamente a que el Papa, sorpresivamente, elevó las exigencias por sobre lo que S.E. estaba dispuesto a aceptar (cfr. conferencia de Mons. Tissier de Mallerais de 16-9-12) Hoy sufrimos las previsibles, graves y quizá irreparables consecuencias de tal empecinada e incompresible actitud.

Excelencia: si resulta altamente sorprendente que haya optado por desechar el parecer y las advertencias unánimes de sus pares, mucho peor y mucho más preocupante es el hecho de que S.E.R. haya dicho que la voluntad de los modernistas romanos prima sobre el bien de la FSSPX: “Por el bien común de la Fraternidad, preferiríamos de lejos la solución actual de status quo intermedio, pero manifiestamente Roma no lo tolera más” (respuesta a los 3 Obispos, 14-4-12). Léase: los liberales y modernistas de Roma no lo toleran más.

Por tanto, teniendo en cuenta lo antes expuesto, y considerando -primero- que la FSSPX se encuentra en una gravísima crisis provocada por un muy deficiente ejercicio de la autoridad, al no haber tomado ésta las medidas conducentes a evitar los males fácilmente previsibles que hoy lamentamos; y -segundo- que esta situación, de persistir, nos irá destruyendo paulatinamente sin necesidad de algún acuerdo con Roma; como miembro de esta congregación, respetuosamente ruego a Su Excelencia que por el bien de la Iglesia, por el bien de la FSSPX y por su propio bien, dimita cuanto antes del cargo de Superior General. Sólo el reemplazo de las actuales autoridades por otras previsoras, verdaderamente diligentes en cuanto al deber esencial de velar por nuestra unidad, y que conserven el espíritu que siempre caracterizó a nuestra congregación, hará posible que la FSSPX vuelva al recto y santo camino por el que la condujo Monseñor Lefebvre.

Saluda atentamente a S.E.R, en Cristo,


P. René Miguel Trincado Cvjetkovic.                  

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