por Ernesto Milá en TERRORISMO
Infokrisis.-
Sabemos como va a acabar ETA -trapicheando con ZP-, pero vale la pena
recordar algunos episodios de los primeros tiempos de la fundación de la
banda. Existio, inicialmente una corriente del nacionalismo vasco,
formada en torno a Jon Miranda y Federico Krutwig que tiene demasiados
puntos de contacto con el nacional-socialismo. En este artículo
exploramos en esa dirección.
“Le Devenir Europeenne” y el “etnicismo-socialista” de matriz neo-nazi
En
1969, cuando empezábamos a tener contacto con las distintas corrientes
alternativas que florecían en Europa, conocimos a Yves Jeanne, un
antiguo combatiente de las SS francesas, en aquel momento residente en
Nantes y director de una publicación subtitulada “etnicista-socialista”,
llamada “Le Devenir Européenne”. Se trataba de una revista
ciclostilada, de aparición trimestral de la que fueron publicados dos
docenas de ejemplares entre 1967 y 1973. De tanto en tanto publicaba
números especiales de los que recordamos dos: el llamado “Manifiesto
Casandra”, en 1969, que supuso para nosotros el primer contacto con el
ecologismo y, tardíamente, en 1972, otro número especial –editado en
offset– sobre un personaje del que no habíamos oído hablar hasta
entonces: Jon Miranda (o Jean Mirande, su nombre francés). Mirande,
había fallecido y, para Yves Jeanne era uno de los más eminentes
representantes del pensamiento “etnicista-socialista” de postguerra. Lo
curioso es que ese número especial tenía la ikurriña en primera página, a
todo color y, en el interior, reproducía algunos dibujos de Jon
Miranda, sobre estelas vascas y lauburus (esvásticas vascas).
No
hay que engañarse, “Le Devenir Europeenne”, era una revista neofascista
de la época. Y tampoco su referencia ideológica “etnitista-socialista”,
debe de sorprendernos. En aquel momento se estaban publicando en
Francia otras revistas de la misma corriente (“Socialisme Europeenne”,
desde Lyon, “Por une Jeune Europe”, en París, que también hacía
referencia al “socialismo europeo” y que, originariamente, intentó
competir con “Ordre Nouveau” en el intento de polarizar a los
“nacionalistas-revolucionarios” franceses de la época.
En
el fondo, estas corrientes eran coberturas del neo-fascismo francés.
Existía algo de elaboración ideológica al margen de las corrientes
históricas anteriores, pero también existía cierto grado de confusión.
Aquella situación era impensable sin el estallido previo del Mayo del 68
que impulsó a todos los grupúsculos juveniles a actitudes radicales,
como mínimo, desde el punto de vista verbal. Todos estos grupos eran
hijos del Mayo francés, aunque se hubieran gestado en las filas
anticomunistas.
Pero,
“Le Devenir Europeenne” era diferente a otros de estos grupúsculos.
Entre sus líneas de referencia de encontraba un intento de definir un
neo-paganismo e incorporar elementos regionalistas. Los miembros de “Le
Devenir Europeenne” habían tenido contacto con “Breiz Atao” de Goulven
Pennoad, el primer partido nacionalista bretón, acusado en la posguerra
de colaborar con los nazis o con el “Movimiento Normando”, que recogió
el favor de la “nouvelle droite” a partir de su fundación en septiembre
de 1968. En esos ambientes, Yves Jeanne contactó con Jon Miranda
Ayfasoro y la amistad surgida entre ambos, así como la comunidad de
ideas, fue tan intensa que, al morir éste, “Le Devenir Europeenne”, le
dedicó, sin dilación, un número especial de su revista. En esos días, la
revista de Alain de Benoist, “Nouvelle Ecole”, lanzaba un número
especial dedicado al “enracinement”, el “arraigo”, en el que se defendía
la idea de una “Europa de las regiones”.
Todo
este ambiente estaba muy interesado en la emergencia de los movimientos
regionalistas que parecía intentar romper los Estados jacobinos
europeos, especialmente Francia. Era una tendencia del ambiente
neo-fascista europeo de la época. De hecho, las SS ya habían elaborado
un mapa de Europa en función de las distintas regiones del continente
que, muy frecuentemente, rompían la unidad de los Estados Nacionales
Europeos, entre ellos de España. Ese mapa tuvo mucha más importancia y
se reprodujo mucho más entre el neofascismo de la postguerra que en las
propias SS anteriores a 1945. En España, este mapa y esos planteamientos
“regionalistas” tardíos del nazismo, tuvieron mucha importancia en
grupos neo-nazis de los años 60 y 70, como CEDADE. El “factor
diferencial” que podía esgrimir CEDADE en relación al resto de grupos
neo-fascistas y falangistas españoles era, precisamente, el “factor
regionalista”.
Jon Miranda, un neo-nazi regionalista
No
cabe la menor duda de que Jon Miranda mantuvo contactos con este
ambiente y que conocía, no solamente las tesis “etnicistas-socialistas”,
sino que las compartía y que trabajo con ellos. Pues bien, Jon Miranda
tuvo –y tiene– un papel importante en la cristalización del nacionalismo
abertzale de la postguerra y en la formación del entorno etarra.
Jon
Miranda era, hace falta dejarlo bien establecido, un agitador
ideológico, no un criminal. Cuestionaba el Holocausto y defendía la
figura de Hitler: “Había más libertad en la Alemania de Hitler que entre nosotros”.
Arkotxa Scarcia, autor de un artículo sobre las ideas de Jon Miranda,
dice de él: “Mirande, defensor de las minorías bascas y de otras, no
puede comprenderse más que en el interior de los límites
discriminatorios estrictos directamente relacionados con el
nacional-socialismo: minorías blancas de Europa y más bien de una Europa
del Norte antes que del Sur”. Miranda afirma: “Contentémonos con
admitir que los bascos son lo mismo que los demás pueblos europeos,
miembros de la gran familia de las razas blancas: tal es el más seguro
índica de nuestra europeidad fundamental”. Para Scarcia, está claro que
se trata de un autor racista y no humanista.
El
tema de la “muerte heróica” que Miranda toca en dos de sus poemas
(“Eresi” o “Elegía” y “Godu Abestia” o “Canto Guerrero”) están
inspirados por un nietzscheanismo tamizado por el nacional-socialismo.
Por ello, Scarcia afirma: “Naturalmente, es imposible comprender algunos
rasgos estéticos de la obra de Miranda si no se tiene en cuenta el
nacional-socialismo que utiliza, deformándolos y sirviéndose como
material de propaganda”.
La aportación de Miranda al nacionalismo vasco
En
la obra de Jon Juaristi, “El Buble Melancólico”, definitiva para
conocer los mitos enloquecidos del nacionalismo vasco, se sitúa a Jon
Miranda dentro del contexto de la cultura radical abertzale. Juaristi da
algunos datos biográficos sobre Miranda: nos dice que nació en 1925 de
una pobre familia suletina y que creció en un ambiente de arrabal en
medio de las mayores dificultades económicas. Pero estaba
excepcionalmente dotado para las lenguas y, prosigue Juaristi, había
aprendido por su cuenta bretón y eusquera antes de los 20 años: “Fue,
con Gabriel Aresti y José Luis Alvárez Emparanza [fundador de ETA] uno
de los fundadores de la literatura eusquérica moderna”. Se interesó por
las lenguas célticas –lo que explica la afinidad que tuvo con el grupo
de “Le Devenir Europeenne”– y, en 1947 participó en el Congreso de la
Cultura Vasca, organizado en Biarritz, por José Miguel de Barandiarán.
De esa época datan sus primeros contactos con los literatos vascos.
Luego, empezó a colaborar con la revista nacionalista “Gernika” y
conoció a algunos exiliados vascos en París y luego lo hizo con “Euzko
Gogoa” publicado desde Guatemala.
Seguramente,
el odio que cita Juaristi, de Miranda hacia el PNV se debe al papel
aliadófilo de este partido y a sus compromisos, especialmente, con los
norteamericanos. Hay que recordar que todo el ambiente de “Le Devenir
Europeenne” y los sectores afines “etnitistas y socialistas”, practicaba
un antiamericanismo, como mínimo tan duro como el de la
extrema-izquierda. Juaristi cita un texto de Miranda que desconocíamos,
en el que afirma que su patria es “Euzkadi” (“la patria de todos los
vascos”). Ya en ese texto fechado en 1948, sostiene que, ante la
imposibilidad de que Francia dé la independencia a “Euzkadi”, habra “que
conseguir la libertad con la fuerza”. Parece que, en esa época, Mirande
se consideraba “demócrata y cristiano”, sin embargo, menos de diez años
después, resulta innegable su acercamiento al nazismo. Siempre estuvo
interesado por la problemática “social”, en tanto que miembro de una
familia desposeída por la fortuna, se interesó por las “regiones pobres”
de la periferia francesa y se interesó sobre todo por Bretaña. Allí
conoció a Goulven Pennoad y al “Breiz Atao”. Fue así como aquel
funcionario del Ministerio de Finanzas, emigrado a París con su familia
–esto es, desarraigado de su tierra natal– pudo familiarizarse con los
militantes bretones. En esa época llega a la conclusión –como recuerda
Juaristi– “que la condición de vasco es racial, hereditaria”. Y aquí
llegamos a una de las concepciones extraídos del nacional-socialismo: la
importancia del factor racial. Da la sensación de que en ese período,
el cerebro de Jon Miranda está en plena ebullición.
Llega
a la conclusión de que los problemas que afectan a las “regiones del
hexágono” francés han aparecido en el período de la Revolución Francesa y
de la formación del Estado Jacobino. Esto le lleva, necesariamente, a
rechazar las ideas democrático-burguesas y, en especial, el paradigma
“libertad-igualdad-fraternidad”. Esto ya lo ubica en el mismo campo que
las fuerzas que aún hoy rechazan los efectos y la legitimidad de la
Revolución Francesa: legitimistas monárquicos, neofascistas,
doriotistas, revolucionarios de extrema-derecha, regionalistas y
colaboracionistas.
A
principios de los años cincuenta, Jon Miranda abandona el catolicismo
de su familia y se alinea, tras asumir los textos de Nietzsche, con los
grupos neo-paganos. Se interesa, sobre todo, por la mitología céltica y,
por este camino, se convierte en antisemita. Juaristi cita un texto de
un biógrafo de Miranda, Diminique Peilhen en el que dice: “lo que
odiaba eran las ideologías debilitadoras; esto es, las que los judíos
han difundido en el mundo para los demás y que en Israel están
prohibidas: el pacifismo, el marxismo genuino, que es tan cristiano, y
el cristianismo, que es tan judío”. Hacia 1953, Miranda ya había
asumido un antisemitismo que no tenía nada que envidiar al el de los
nazis; decía en una carta dirigida a otro nacionalista vasco: “Odio a
los judíos, por lo menos mil veces más de lo que Krutwig y tu detestáis
a los irlandeses (…) Tengo mis planes y mis ideas, y no los abandonaré
ahora, siguiendo otras opiniones, cuando los he sostenido durante casi
los últimos diez años. El odio a los demócratas, judíos y francmasones
es el más válido de todos”.
En
1952, Miranda trabaja junto al “Breiz Atao” en la redacción de un
“Manifiesto de los Neo-Paganos de Europa” cuyo contenido será
aprovechado quince años después en la redacción del “Manifiesto
Casandre”, publicado por “Le Devenir Europeénne”. La idea de los
redactores del manifiesto neo-pago era revitalizar a las antiguas
religiones ancestrales como uno de los pasos para recuperar las
identidades regionales. Pero de la mitología vasca se sabe muy poco en
comparación con el celtismo, y, además, todo lo que se sabe es vago y
vidrioso, así que Mirande recurre a lo poco que puede y el resultado es
pobre y decepcionante: una especie de ocultismo sincretista en el que
los huecos que le faltan en el puzzle religioso vasco es rellenado con
interpolaciones de otras religiones paganas europeas. Para Miranda,
Ortzi, el padre de los dioses vascos, es Thor, el padre de los dioses
germánicos. Es evidente que, Miranda ha dejado de ser católico y que
piensa que el nacionalismo regionalista en toda Europa puede sostenerse
en el redescubrimiento del neopaganismo.
Otra
de las aportaciones de Jon Miranda a la teoría general del
independentismo etarra es su definición de la “Gran Euzkadi” que incluye
la “Gran Vizcaya” más los elementos vascos de Castilla la Vieja,
Calahorra, Logroño, Burgos, Navarra, el Soule francés, los elementos
vascos de Aragón, el Verán francñes, más el Ribagorza, la Gascuña, etc.
Además,
Miranda explora la cuestión racial. No cree en la existencia de una
raza vasca, pero considera que ésta es una rama de las cazas europeas
tal como las clasificó el Conde de Gobineau. Dice al respecto: “hoy un
pueblo vasco formado por individuos que pertenecen según una cierta
proporción a las diversas razas de la gran raza blanca o europoide y
solamente a ésta”, y añade, más adelante: “Seguramente, un mestizo de
vasco y de india, por ejemplo, podrá ser muy simpático e incluso haber
aprendido a hablar vasco tan bien como Axular; ello no impide que por el
solo hecho de su sangre mezclada, no pueda ser un vasco auténtico ni
ser aceptado, con este título, por nuestra comunidad étnica si por
casualidad manifestase la pretensión”. Mirande considera que en España
hay mucha sangre “africana mecanizada” y que, por tanto, es un riesgo el
cruce entre vascos y españoles. La temática racial la sigue defendiendo
en 1956, cuando comenta: “pienso que es la raza y no la lengua lo más
importante, no concibo que existan vascos sin eusquera, por supuesto,
porque el abandono del eusquera pone a los vascos en vías de
desracialización (…) Aunque los maquetos o gascones
aprendieran vasco, nos serían siempre extraños por la sangre y por el
espíritu y, si alguna vez somos libres, espero que el futuro gobierno de
Euzkadi expulse a esos semita-camitas españoles y demás negros que se han asentado en nuestra patria o los reduzca a un estrato de humanidad inferior”.
Con
razón Juaristi, define el proyecto político-cultural de Miranda como
“utopía nacionalsocialista vasca” y su proyecto apunta a una “caballería
de labradores”. Subraya que en la vieja Vasconia hubo grupos étnicos
segregados (agotes, gitanos y judíos) y leyes que contribuyeron a
salvaguardar la pureza racial de la población. La industrialización
marcó el final de la “caballería campesina”, la aparición de un
burguesía urbana y, con ello, el principio de la degeneración de la
población vasca.
En
1960, Miranda evidencia todavía más su tendencia hacia el nazismo,
cuando publica un artículo, en la revista Egan, en defensa de Ventila
Horia, escritor e intelectual rumano, con un pasado militante en la
Guardia de Hierro, al que en esos momentos se le ha negado el premio
Goncourt, acusado de antisemita. La cosa no quedó así. Un nacionalista
le acusó a él de antisemita y Miranda, lejos de rechazar la acusación,
la argumentó: “La cuestión antisemita no es otra cosa ue esta: que
los judíos son una minoría nacional extranjera en Francia –y en todos
los países de Europa-, no por raza, sino por su cultura: son una etnia
oriental que ha querido vivir en Occidente y así han seguido a través de
los tiempos, considerando a Israel como su verdadera Nación (…) siendo
una minoría nacional, no se conforman con los derechos limitados de una
minoría nacional, sino que, por el contrario, toman un papel de
dirección, que nadie les ha dado, en los asuntos de los franceses”.
Ese año, la política de Pierre Mendes France, judío francés, ha hecho
peligrar la posición de Francia en Argelia. La OAS ha empezado a colocar
sus bombas y el ejército francés ha golpeado contra De Gaulle.
Defiende la inexistencia del “Holocausto”: “La
cantinela de siempre, cuando alguien se atreve a rozarles un mínimo a
los desgraciados judíos…, enseguida empiezan a rugir los pro semitas a
su servicio diciendo que si uno está con los SS que liquidaron a
6 (o a 4 ó a 8…) millones de judíos, o que uno mismo es de las SS. No
defiendo a los antisemitas del Tercer Reich; me defiendo a mí mismo.
Dejemos por tanto ese cuenta de los campos KZ, pues yo no los he
construido”.
“Vasconia” de Federico Krutig de Arteaga
La
irrupción de ETA gustó a Miranda, pero rechazó su orientación posterior
hacia el marxismo-leninismo. De hecho, desde 1961 había cortado sus
relaciones con los “nacionalistas vascos peninsulares”. Hizo pública su
ruptura en la revista de “Enbata”, el movimiento nacionalista
vasco-francés, próximo a ETA. Rechazó, particularmente, la aproximación
de Krutwig al marxismo e incluso dejó caer sobre él el rumor de que era
judío: “No me sorprende que a Krutwig le haya seducido este último
fruto del feminismo (el marxismo) porque él e también, al menos en
parte, de la raza elegida”. Y en otro texto insiste en esta idea: “Krutwig
se ha extranjerizado: se ha entregado por completo al marxismo
(arrastrado por su sangre judía) y anda revolviendo el mundo con otros
malhechores (vascos, bretones y frisios)”. Jon Juaristi cita una tercera frase en la que Miranda insiste en el judaísmo de Krutwig: “Desde
entonces, Kr. Ha seguido por el camino de los marxistas, con varios
jóvenes vascos y bretones por compañeros y, sobre todo, con un barón
frisio, que conozco, y que es, como Kr., medio judío (a decir verdad,
creo que Kr es enteramente judío, por parte del padre y de la madre)”.
En
1970 apareció su única nivela, “La ahijada”. Poco después, por algún
motivo, anunció que abandonaba la literatura en lengua vasca. Da la
sensación de que por motivos que ignoramos, había caído en una profunda
depresión. En 1972, se suicidó. Juaristi dice: “Le habría
sorprendido saber ue, veinticinco años después, él, que publicó un libro
en vida, iba a ser el autor eusquérico más leído de su generación y que
proliferarían los estudios, monografías y tesis doctorales sobre su
obra. Se han hecho al menos tres ediciones de su poesía completa, tres
de su novela, dos de sus cuentos, una de sus traducciones, dos de sus
ensayos, con abundantes reimpresiones”. Pero si esta es la
influencia de Jon Miranda en la actualidad, sus ideas influyeron en los
primeros pasos de ETA, no directamente –dado lo siniestro y odioso de
ETA es preciso dejar claro que, por lo que sabemos, Miranda no tuvo
ninguna relación directa con ETA, aunque es posible que conociera a
algunos de sus primeros militantes- sino a través del primer ideólogo de
la organización terrorista: Federico Krutwig Sagredo.
Krutwig
era hijo de alemanes (judíos si hemos de creer a Miranda), su padre
importaba maquinaria. Su abuela materna era veneciana. Eran miembros de
la oligarquía bilbaína y Federico fue educado en el Colegio Alemán de
Bilbao. Él mismo reconoce que sus padres “eran gentes de derecha”. Y añadía: “la
educación recibida en el colegio… seguía, sin duda, pautas culturales
alemanas, pero creo exagerado calificarlas de nacionalsocialistas, al
menos en aquel tiempo… Se hablaba, eso sí, de la gran cultura alemana,
de Wagner, pero no se mencionaba al nazismo. Se guardaba una gran
discreción (…) Los alemanes han tenido siempre en gran estima el
concepto de pueblo, el concepto de nacionalidad… La moderna teoría de
las nacionalidades es sin duda alguna de origen alemán, y me atrevería a
decir que esa distinción me ayudó a suscitar en mí el interés por el
tema vasco”.
Antes
de la guerra, había traducido algunos poemas de Goethe al vascuence.
Pronto se aficiona por la lingüística y es uno de los revitalizadores de
la Academia de la Lengua Vasca en 1946. En aquella época no se siente
ni nacionalista ni franquista. En 1952, después de un discurso,
realmente intrascendente, temiendo consecuencias para él, se va de
vacaciones a San Juan de Luz y, a los pocos días, su nombre aparece en
el BOE como requerido por la justicia. Sólo a partir de ese momento
empezará a relacionarse con el nacionalismo político vasco. Luego viaja a
París y es allí donde conoce a Andima Ibinagabeitia y a un amigo de
éste, Jon Miranda, el cual le presentó a sus amigos, a los que describe
como “fascistas bretones”. No parece que guarde un buen recuerdo de
Miranda al que describe así: “Tuve gran relación con Miranda, hombre
que representaba lo contrario a la raza de superhombres que decía
defender. Pequeño y cegato, perecía un pequeño judío. De trato agradable
pienso que me cogió simpatía por poseer yo cultura alemana.
Excesivamente provocador, para cuando te dabas cuenta te podías ver
metido en un buen lío. Recuerdo que un día quedamos citados al
anochecer, con la intención de dar un paseo. En un momento determinado
me dijo que deseaba ir al barrio judío, al mismo tiempo que comenzaba a
gritar “Judíos al crematorio”… Vivía muy solo”.
Ambos
mantienen una buena y estrecha relación hasta 1964 cuando, según
recuerda Juaristi, Miranda y sus amigos, rechazaron el “Manifiesto por
la Etnocracia” redactado por Krutwig y publicado en Amberes con el apoyo
de algunos nacionalistas frisones. En esa época ya había publicado su
obra “Vasconia”, subtitulado “Estudio dialéctico de una nacionalidad”.
La obra estaba firmada por “Fernando Sarrailh de Ihartza, de más de 600
páginas. Se ha dicho constantemente que esta obra fue una especie de
banderín de enganche de ETA. Juaristi lo niega. La obra era demasiado
densa y pesada para que pudiera se asumida por los jóvenes radicales que
empezaban a interesarse por ingresar en ETA.
Algunas
de las páginas de “Vasconia” parecen inspiradas en los escritos y
conversaciones con Jon Miranda. Krutwig es lingüista, por lo tanto
atribuye un papel decisivo al eusquera en la formación de la identidad
vasca, pero también él alude al factor étnico. Dice, por ejemplo: “El
derecho del pueblo vasco a su independencia se basa exclusivamente en
la existencia de una etnia vasca, con conciencia propia y voluntad de
ser libre”. Krutwig opina que no existe una unidad racial vasca,
pero, aún así, los vascos pertenecen a la “misma raza que puebla Europa,
el Norte de África y gran parte de Asia”. Pero hay “vascos traidores”,
aquellos que perteneciendo a la “raza vasca”, no se expresan en
eusquera. A diferencia de Sabino Arana, para Krutwig el hecho de
disponer de los cuatro apellidos vascos, no implica ser un “vasco
verdadero”. Además de la raza, está el factor lingüístico. Pero la raza
sigue siendo importante para Krutwig, seguramente a partir de las
conversaciones con Miranda: “sería falso, así mismo, llevar el
anti-racismo al extremo límite y afirmar que ninguna importancia tiene
la raza. Una mezcla de vascos con elementos negríticos desvirtuaría la
raza vasca y difícilmente se podría tratar de un vasco o un negro”.
Miranda no habría dicho otra cosa, lo que implica decir que este hijo
de alemanes, debía mucho al que fuera su amigo y confidente hasta 1965.
Pero hay otro elemento de coincidencia entre ambos, sólo que Miranda lo
ha predicado antes que Krutwig: la “Gran Vasconia”.
En
efecto, aunque ligeramente más limitado, la concepción de la totalidad
de Vasconia coincide con la de Miranda. Juaristi la cita: “abarcará
los dos grandes Estados vascos: el reino de Navarra y el mítico Ducado
de Vasconia. Por el norte incorporará toda Aquitania, hasta el Garona;
por el sur llegará hasta Garray, a las puertas de Soria; por el Este
absorbe Aragón, y por el por el Peste se conforma con algo menos: Castro
Urdiales, Reinosa y las Cuatro Villas, total, sólo hasta Santander. La
Gran Vasconia”.
Y,
aún hay otro factor en el que Miranda y Krutwig coinciden: el papel de
la religión. A diferencia del resto de nacionalistas vascos de su
tiempo, ambos minusvaloran el papel del cristianismo en la formación de
la identidad vasca y realizan fugas románticas hacia el neopaganismo y
el misticismo. A Krutwig le sabe mal que la religión no sea un “factor
diferencial” de la identidad vasca en relación a sus vecinos. Ambos
están de acuerdo en que la religión propiamente vasca es una religión
natural: una forma de paganismo autóctono. La diferencia estriba en que
Krutwig no tiene inconveniente en realizar fugas hacia el ocultismo
teosofista. Considera que si los cátaros que llegaron hasta Pau y los
protestantes que cuajaron en la Navarra del siglo XVI, hubieran
triunfado en el País Vasco, esto habría contribuido a descatolicizar a
la raza y a aproximarse a la religión natural originaria. Además,
Krutwig acaba de leer el libro del esoterista francés Louis Charpentier,
“El misterio vasco” en donde se defiende el origen atlante de los
vascos. Así mismo, en “Vasconia”, cita un párrafo de Helena Petrovna
Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, que desarrolló una teoría
sobre el origen de lo que llamaba “razas matrices”; dice: “La
tendencia hacia las ciencias secretas y el ocultismo son uno de los
rasgos resaltantes del carácter vasco que lo acercan en mucho a un
sentimiento parecido que existe entre los pueblos germánicos. Por otra
parte, no sólo en los libros ocultistas sino también en la literatura
teosófica, los vascos juegan un papel importante como descendientes de
la raza “atlántica” que precedió a la llamada “arya”, entendiéndose por
estas palabras algo muy diferente a lo que la ciencia enseña”. La
Blavatsky sostenía la llamada “teoría de las razas matrices”, que se
irían superponiendo y "guiarían" la evolución mítica de la humanidad;
una de ellas era la “atlántica” a la que sucedió la “arya”, que daba
como hegemónica en el momento actual. Para la Blavatsky, la raza vasca
es un residuo del “ciclo atlante”. Y tal es la tesis que recoge Krutwig.
Finalmente, la obra de Krutwig tiene un aspecto práctico y también aquí parece que Miranda tuvo algo que ver en su formación. Al iniciar su exiliol, Krutwig
pasó dos años en Alemania trabajando para la Krupp. Allí afirmó haber
conocido a un coronel alemán, antiguo miembro del Estado Mayor de la
Wertmacht, que le orientó en materias militares. De regreso a París,
leyó las obras de Clauseitz y Sun-Tzu y los escritos militares de Mao.
Estudió el proceso revolucionario argelino… y también el de la OAS (por
el que se había interesado Miranda en tanto luchaba contra De Gaulle, su
bestia negra).
Krutwig
pertenecería a ETA durante un corto período (si no recordamos mal, de
1965 a 1968) y, jamás cometió delitos de sangre. Era un teórico, por
brutal que fuera su teoría. Y lo era. Pero no sería él quien la llevara a
la práctica, sino cuatro generaciones de etarras inmisericordes, la
mayoría de los cuales ni siquiera había leído su obra. Falleció en 1998
poco después del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
A
estas alturas creemos suficientemente demostrado que en la primera
generación etarra existió cierta influencia de las ideas neo-nazis, muy
perceptible en Jon Miranda –no sólo por sus contactos con los medios
neonazis europeos- y en Federico Krutwig que une a su cultura germánica,
su interés por el ocultismo teosofista. Ambos tuvieron arte y parte en
la formación de la cultura abertzale. Miranda es hoy un autor
valoradísimo en esos medios culturales y Krutwig todavía publica
artículos que muy bien podrían ser considerados “xenófobos” y que, en
cualquier caso denotan desconfianza hacia árabes y “melanodermos”
(negros).
En este sentido –y solamente en éste- ETA tiene, en su origen, ciertas connotaciones nazis.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
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